El libro de Roméo Dellaire, el General al mando de la Misión de la ONU en Ruanda (UNAMIR) , narra en primera persona los peores momentos de la Guerra Civil ruandesa y desgrana las causas que condujeron al genocidio y la incapacidad de la Comunidad Internacional para evitarlo.
Jordi Rovira (Kisumu. Kenia).
Me puse muy contento cuando paseando por un supermercado de Kenia me encontré con un ejemplar de un libro que andaba buscando hacía mucho tiempo. Aunque Kisumu es una de las de las ciudades más importantes del país, no hay ninguna librería. Son las grandes cadenas de supermercados, como Naivas o Chandarana, las que dedican al menos un espacio comercial a la venta de libros. Se trata de ‘Shaking hands with the Devil’ – Estrechando la mano al Diablo – de Roméo Dellaire.
Este Ltd. General de la Fuerzas Armadas Canadienses comandó la Misión de Asistencia de la ONU en Ruanda (UNAMIR) desde Julio de 1993 a Setiembre de 1994. El libro es un testimonio de primer nivel del fracaso del Proceso de Paz de Arusha, que antes del fatídico verano de 1994, intentaba poner fin a 4 años de Guerra Civil en este pequeño país del África Central. El conflicto enfrentaba a las FAR (Fuerzas Armadas Ruandesas), que actuaban en nombre del Gobierno ruandés del Presidente Juvenal Habyarinama y el FPR (Frente Patriótico Ruandés), grupo rebelde encabezado por Paul Kagame que, desde Uganda, intentaba volver a Ruanda después de años de exilio forzoso y, de paso, repartirse también una parte del poder.
El Poder Oculto
Dellaire nos narra la aparición de una tercera fuerza, un ‘poder en la sombra’, que las autoridades internacionales no supieron detectar ni desenmascarar hasta que fue ya demasiado tarde, integrado por los extremistas más radicales.
Infiltrados en las filas de su propio Gobierno, fueron boicoteando las conversaciones de paz y amedrentando a los miembros moderados del Partido, eliminando del tablero de juego a aquellos que eran partidarios de una solución pactada. El misil que derribó el avión en el que viajaban el Presidente de Ruanda, Juvenal Habyarinama y su homólogo burundés fue la excusa para dar rienda suelta a una estrategia bien planificada dirigida, no solamente al exterminio de un colectivo, el Tutsi, sino también a borrar del mapa a cualquier miembro de la oposición, entre ellos Hutus moderados. En 100 días fueron asesinados, a golpe de machete, más de 800.000 ruandeses.
La autoría del magnicidio que sirvió de excusa para desatar el horror y poner en marcha la maquinaria del genocidio, no quedó nunca clara. Dellaire manifiesta en el libro sus sospechas de que el obús pudo haber sido disparado desde Camp Kanombe, la base de operaciones de las fuerzas militares del Gobierno Ruandés. De esta manera, se confirmaría la versión de aquellos que piensan que se eliminó a Habyarinama por ceder demasiado ante el FPR en las conversaciones de Arusha.

Críticas para todos
Dellaire, un hombre de fuertes convicciones religiosas, no deja títere con cabeza y dispara con bala a todos los actores implicados en el conflicto. Empieza por él mismo y por la misión de la ONU que dirigía. Quebequés, y por lo tanto capaz de expresarse en Inglés y Francés al mismo nivel, es un interlocutor válido para comunicarse con todos los bandos del conflicto. Pero él mismo se define al final de su estancia en Ruanda, como un hombre traumatizado, superado por los acontecimientos y falto de experiencia para lidiar con el protocolo, la burocracia y los intereses de la Comunidad Internacional. No se cansa de repetir que el genocidio se podría haber evitado si se le hubiesen mandado las tropas necesarias, efectivos que pidió durante todo el conflicto. Se queja amargamente de que UNAMIR actuó debilitada por los intereses de sus propios miembros y lo hizo tarde, mal, y descoordinada.
Todos se llevan su parte de crítica.
Bélgica:
Por mandato de la Liga de Naciones, después de la Primera Guerra Mundial Bélgica se queda con los territorios del África Central dominados hasta entonces por los alemanes, esto es: Ruanda y Burundi.
Como muchas otras potencias coloniales utilizan el clásico ‘divide y vencerás’ para facilitar el dominio del territorio. Con un desconocimiento total sobre la historia y equilibrio social del lugar, enseguida se encargan de ahondar en las diferencias entre Hutus y Tutsis, otorgando a éstos últimos los mejores puestos en la administración colonial y estableciendo divisiones basadas en características físicas sin sentido. Antes de la llegada de los belgas la división entre ambos colectivos estaba muy difuminada y no tenía un carácter étnico sino más bien de castas, con varias generaciones de matrimonios interétnicos y, por lo tanto, de genes mezclados. Hasta tal punto que un Hutu con riqueza y un buen número de cabezas de ganado podía promocionar y convertirse en Tutsi.
Durante el mandato de UNAMIR, los belgas mandan tropas para potenciar la misión de la ONU. Dellaire los define como los soldados mejor entrenados y preparados de la Misión, pero según él, actúan a su bola y de manera irresponsable. El General relata episodios de salidas nocturnas, vulgares peleas de bar y acoso a mujeres locales que no benefician en nada el relato de imparcialidad y profesionalidad de los Cascos Azules que él intentaba construir durante las Conversaciones de Paz. Además, se queja amargamente que el Gobierno belga decidiera abandonar la misión y retirar las tropas en pleno genocidio como consecuencia de la muerte de 10 de sus soldados. Aunque, como Jefe del contingente internacional, se considera responsable último de estas víctimas de guerra, no entiende la retirada. Considera que la muerte de soldados es parte inextricable de un conflicto bélico, y que lejos de abandonar a Ruanda a su suerte, hay que fortalecer la Misión con un número superior de efectivos, más cuando uno de los bandos se focaliza en el exterminio de civiles.
Frente Patriótico Ruandés:
Comandado por Paul Kagame, el actual Presidente de Ruanda.
En los últimos años de dominio colonial belga y también poco después de la independencia, muchas familias tutsis sufrieron represalias y pogromos y tuvieron que abandonar su tierra con destino a Uganda y otros países de la región. Muchos de los soldados del FPR pasaron su infancia en campos de refugiados al otro lado de la frontera. Ya de adultos, se enrolaron en las tropas rebeldes ugandesas de Yoweri Museveni, que querían derrocar al dictador Milton Obote. Una vez en el poder, Museveni premió a algunos de estos soldados con posiciones clave en el estamento militar. Paul Kagame, de hecho, llega a ocupar el cargo de Jefe de Inteligencia en el Ejército de Uganda.
Pero estos exiliados nunca llegan a sentirse ugandeses y quieren volver a Ruanda, derecho que les es denegado una y otra vez por el Gobierno de Juvenal Habyarimana. Kagame, junto a otros oficiales de alto rango, crea el Frente Patriótico Ruandés y empieza la guerra que les ha de permitir el regreso al ‘país de las mil colinas’.
El grupo rebelde recibe la ayuda de Uganda durante toda la guerra civil. Dellaire define al FPR como un ejército bien entrenado, disciplinado y motivado, y no puede evitar mostrar su respeto y admiración hacia Kagame, al que considera una persona inteligente, austera y uno de los mejores estrategas militares del siglo XX. A pesar de esto, pone en duda que Kagame priorizara detener el genocidio por encima de la victoria militar. Pues muchas de sus estrategias bélicas, sostiene el General de la ONU, iban encaminadas a ganar la guerra y obtener un control total del territorio, más que a detener las matanzas.

Estados Unidos:
Dellaire culpa a los Estados Unidos del bloqueo al refuerzo de la misión de UNAMIR. Y apunta a que los americanos estaban mucho más centrados en la Guerra de los Balcanes, que coincidió en el tiempo con el conflicto ruandés. Además, sostiene que este bloqueo se debió también a su miedo a meterse en otro avispero africano, después del fracaso de su misión en Somalia dos años antes.
Francia, lobos con piel de cordero.
Aliados históricos del Gobierno de Habyarimana, se pasan media guerra civil armando al bando hutu, entrenando a sus tropas e, incluso, participando directamente en interrogatorios a prisioneros de guerra del FPR. No quieren perder un país que conserva la herencia francófona y dejarlo a merced de las tropas de Kagame, que tienen el apoyo de Uganda, que forma parte de la cultura e influencias anglófonas.
En el ocaso de la Guerra Civil, ya con las tropas del FAR -sus aliados – en plena retirada, emprenden la ‘Operación Turquesa’, que vendieron a la Comunidad Internacional como una acción humanitaria y, no sin recelos, obtuvo el beneplácito del Consejo de Seguridad de las Naciones Unidas.
Las tropas de élite del ejército galo se desplegaron en el Este de Congo y Oeste de Ruanda para crear un corredor de seguridad que tenía como objetivo teórico procurar protección a los refugiados de la guerra que huían hacia Congo. En la práctica, la operación sirvió para salvar vidas, pero también para proteger y asegurar la huida de los genocidas y crear las condiciones para su reagrupación y rearme al otro lado de la frontera. Estos mismos genocidas se apropiaron del control de los campos de refugiados en Congo, impidiendo el retorno de los exiliados a una Ruanda ya estabilizada, para poder beneficiarse de la lluvia de millones que mandó la Comunidad Internacional para paliar la emergencia humanitaria de la región. De paso, hicieron de los campos de refugiados verdaderas bases militares, desde dónde lanzaban ataques a las tropas del FPR en Ruanda.

Bajo el auspicio de Mobuto Sese Seko, el Presidente de RD de Congo, los genocidas se convirtieron en una amenaza continua para el nuevo poder en Kigali y para las ansias de reconstrucción del país. Ante tal situación, Kagame y sus aliados africanos se vieron legitimados para invadir Congo, derrocando a Mobutu y colocando a Laurent Kabila en su lugar.
Ya sin Mobutu, estas potencias africanas aprovecharon para repartirse una parte del pastel de los recursos naturales que hay en la región. El ejemplo lo tenemos en Ruanda, que se ha convertido en el máximo exportador mundial Coltán, un mineral básico para el desarrollo de nuevas tecnologías, sin contar con minas importantes dentro de su territorio nacional.
La Operación Turquesa fue un gran fracaso y podría considerarse la semilla de los conflictos posteriores en el Este de Congo. Éstos, todavía vigentes hoy día, han causado la muerte a más de 5 millones de civiles, muchos más de los que causó el propio genocidio de Ruanda.
Roméo Dellaire fue, además, uno de los testimonios clave durante el juicio del Tribunal Penal Internacional por los crímenes de Ruanda, celebrado en Arusha. Gracias a él, ideólogos del genocido como Théoneste Bagosora, con el que tuvo que entrevistarse y estrecharse la mano en varias ocasiones durante su misión en Ruanda, terminaron entre rejas.
Nota sobre el autor de la reseña
Jordi Rovira es periodista y guía en África desde hace más de 15 años. Diseña y guía viajes para Dinka Travel, una agencia de viajes joven pero con mucha experiencia. Si te interesa saber más, visita la web de Dinka Travel o contacta por email a jordi@dinkatravel.com o a través de jordi@sobreafrica.com