Leer la prensa local ayuda a conocer la realidad de un país. El ´Noticias’, el periódico de mayor tirada de Mozambique, llevaba en portada un titular rotundo : “Todos los autobuses de Inhambane están estropeados”. Imagínense leer en la prensa nacional española que todos los autobuses públicos de Zaragoza o Sevillla, por poner un ejemplo equivalente español, están inutilizados. El titular radiografiaba el colapso total del transporte público en esta ex colonia portuguesa. Era un lunes de mayo de 2013. A día de hoy, poco cosa ha cambiado.
Como ocurre en la mayoría de países africanos, sólo unos pocos mozambicanos tienen coche propio. El resto se mueven en´Chapas´, furgonetas Toyota Qantum de propiedad privada, que se encargan del transporte colectivo. Como en el transporte público, los viajeros pagan una tarifa fija por trayecto.
Cuando un servicio básico, como lo es el transporte, está en manos privadas, aparecen unos actores y se producen unos fenómenos que este articulo tratará de explicar a continuación.
El empresario. Dispone del capital suficiente para comprar una furgoneta y una licencia de transporte para una ruta determinada. Y alquila su vehículo a un conductor y a un cobrador, que le pagan un canon semanal bastante elevado. Digamos que si la semana tiene siete días y el cobrador y el conductor los trabajan todos, seis días de ganancias son para el empresario. Las reparaciones se pagan a medias o, si existe una clara negligencia del conductor, éste la cubre íntegramente con sus ganancias. Esto depende del preacuerdo entre las partes. Normalmente son grandes empresarios que no sólo tienen una chapa sino una flota de vehículos, o un verdadero parque automovilístico en algunos casos.
El captador de viajeros. Pequeños comisionistas que gritan los destinos de los vehículos, y agarran y empujan hacia el interior de las furgonetas a los usuarios que dudan. Una táctica comercial bastante agresiva de la que es importante desconfiar. Pues normalmente dirigen a los despistados hacia furgonetas vacías o con pocos viajeros. Las chapas no arrancan hasta que no se llenan. Y el viajero que se rinde ante la insistencia de estos personajes y acaba en un vehículo vacío, puede acabar perdiendo la posibilidad de viajar el día que deseaba o, en el mejor de los casos, esperar durante horas y perder los nervios.
El calienta asientos. Una figura que aparece en las rutas interurbanas, de larga distancia. El viajero experto pasa olímpicamente de los captadores de viajeros y se sienta en la chapa que le parece más llena. Cree que podrá llegar pronto a su destino. Se equivoca. Pues alguna de estas personas que ocupan la furgoneta se limitan a hacer bulto para captar con su simple presencia a viajeros expertos como él e irán abandonando el vehículo a medida que se vaya llenando. Los calienta asientos también se llevan una pequeña comisión.
El cobrador. Viaja entre el resto de viajeros, cerca de la puerta corredora de la caja de la furgoneta. Que va abriendo y cerrando a cada parada. Un tipo con buena memoria y rapidez mental. Se encarga de cobrar la tarifa a los clientes, dar el cambio y anunciar el destino del vehículo para atraer nuevos clientes. Y todo mientras la furgoneta está en movimiento.
El conductor. Trabaja a destajo. Más viajes caben en un día, más dinero ganan él y el cobrador. Consecuencia, se lanzan a la carretera a toda velocidad, como si corrieran contra el cronómetro para realizar su vuelta rápida, sin respetar ninguna de las normas básicas de circulación. Los viajeros soportan con estoicismo esta falta de consideración por sus vidas. Y eso que no son pocos los accidentes mortales en la carretera. Sandra, que tiene una tienda de comestibles en Chokwe, población a orillas del río Limpopo, viajaba el año pasado hacia Maputo, la capital del país, para comprar productos al por mayor. Su chapa sufrió un choque frontal con un camión al intentar un adelantamiento imposible, provocando la muerte instantánea de varios de los viajeros. Ella se libró de milagro, sin lesiones físicas remarcables. Ha dejado de viajar de noche. Decisión sabia. El mal estado de las carreteras y la mala pericia de los conductores que conducen con las luces de largo alcance en todo momento, deslumbrándose unos a otros como si se batieran en duelo, hacen que la noche sea especialmente peligrosa para desplazarse.

ACORTAR RUTAS
Cuando un servicio esencial cae en manos privadas, la gente sufre. La universalización del servicio – que obliga a que se preste a todos y en todos lados – desaparece si no hay un Estado potente que lo garantice por ley. Con consecuencias nefastas para los usuarios. En Maputo mismo, la capital del país, el gobierno otorga licencias de transporte para cubrir una ruta determinada. De un punto A hasta otro B, dentro del territorio urbano de la ciudad. Muy a menudo el conductor decide acortar la ruta porque en el tramo final hay menos densidad de población. No recoge tantos clientes y no le sale a cuenta. Da la vuelta antes de acabar la ruta. Y los viajeros que viven en su tramo final se quedan colgados esperando un transporte que nunca llegará.
AQUÍ NO CABE NI UN ALFILER
Literalmente. Este modelo de privatización del servicio de transporte público de personas funciona más o menos igual en muchos países africanos. Pero en Mozambique las furgonetas se llenan de pasajeros más que en ningún otro lugar. Para ser gráficos, el número de pasajeros dobla al de asientos casi siempre. El cobrador rellena la furgoneta de viajeros a su antojo. Éstos se agolpan unos sobre otros, encorvando sus cuellos, entrelazando pies, rodillas y brazos, para ocupar el mínimo espacio posible, siguiendo sus instrucciones para que se obtenga un buen lucro de la carrera.
Pero el servicio privado de transporte no da abasto en las horas punta. Las personas hacen cola en las paradas. Esperan horas para poder encontrar espacio en alguna de estas furgonetas y desplazarse de casa al trabajo y viceversa. Entonces el gobierno da permiso a los camiones de mercancías de caja abierta para dedicarse también al transporte de personas. Nadie se sienta porque sentado se ocupa más. Tampoco hay agarres. Hombres y mujeres se acumulan en la caja del camión, encajados, y a cada frenazo o acelerón no hay más remedio que frotarse con el que tienes delante o atrás, según sea. Y a cada curva lo mismo con la persona que tengas al lado. Una de las armas que usan los mozambicanos para combatir toda clase de vicisitudes cotidianas es su buen sentido del humor. Ante tanto roce, decidieron llamar a este tipo de transporte “my love”.
Nota sobre el autor
Jordi Rovira es periodista y guía en África des de hace más de 15 años. Colabora con Dinka Travel, una agencia de viajes joven, moderna y con mucha energía para crear experiencias y aventuras en el continente africano. Si te interesa saber más, visita la web de Dinka Travel o contacta por email a jordi@dinkatravel.com o a través de jordi@sobreafrica.com